La Argentina, tradicional exportadora de energía, está dejando de autoabastecerse y de a poco se convierte en importadora de combustibles. La respuesta (a la tan temida crisis energética) está en el viento, diría Bob Dylan. Y numerosos estudios lo apoyan.
“La región Patagónica constituye uno de los territorios con mayores recursos eólicos potenciales” del mundo según estimaciones del Centro Regional de Energía Eólica de Chubut (CREE) citado por un estudio del departamento de Economía Industrial del INTI. Según estas estimaciones, el potencial de energía eléctrica a producir a partir de los recursos eólicos se acerca a los 500.000 Megawatts (MW). Sin embargo, la potencia eólica instalada total en la Argentina es aproximadamente 150 MW, que sumados a 500 MW que se licitarán a fines de noviembre, representan apenas el 1% del potencial eólico del país. Las razones de un tan pobre aprovechamiento no sólo se encuentran en la regulación de los precios de la energía en el mercado eléctrico mayorista y los precios relativos favorables a la instalación de centrales térmicas a gas natural sino, principalmente, en la desconexión de la región patagónica del sistema interconectado nacional; un problema que se solucionó parcialmente con la construcción de una línea de alta tensión Choele-Choel Puerto Madryn (Plan Energético 2004-2008), señala el informe del INTI.
 
La acción cooperativa
Hasta el momento, la instalación de parques eólicos en predios rurales es rentable en la medida en que la energía producida se pueda incorporar a las redes de alta tensión para su posterior comercialización. No obstante, la generación de energía eólica es una excelente alternativa para poblaciones y establecimientos productivos aislados de las redes de suministro.
A lo largo del país, numerosas cooperativas han emprendido esta tarea de sembrar molinos para cosechar vientos de energía. “Para armar un parque eólico, hay que pensar en molinos de más de un MW de potencia, que cuestan entre u$s 1,5 y 2 millones cada uno”, destaca Osvaldo Franco, coordinador del Grupo de Generación Distribuida de Energías Renovables del INTI. “La ecuación no cierra si la energía generada no se entrega a la red”, agrega.
Por eso el 98% de la energía eólica en el país es generada por cooperativas, como la Sociedad Cooperativa Popular de Comodoro Rivadavia, que tiene 26 molinos, o la empresa INVAP que cuenta con un aerogenerador de 1,5 MW de fabricación nacional. Tradicionalmente, la energía eólica se ha usado en el campo para bombear agua potable. “Estos molinos tienen una capacidad de 105 MW. A esta potencia se suman 29 MW provenientes de generadores eólicos instalados principalmente gracias al esfuerzo cooperativo”, destaca el informe “Energía Eólica en Argentina y el Cono Sur”, publicado por la Cámara de Comercio Argentino Alemana, organizadora del Congreso WindAr 2009, que convocará a expertos en energía eólica de todo el mundo el 17 y 18 de noviembre en el Centro de Convenciones de la Universidad Católica Argentina (Alicia M. de Justo 1680, Buenos Aires). Pymes y cooperativas, los pioneros.
 
El ejemplo danés
 El origen del impulso a la energía eólica en Dinamarca, país líder, y en Europa en general, fue la construcción de molinos de viento por parte de pequeñas y medianas empresas vinculadas al campo. “Eran proyectos de pequeña escala y buen aprovechamiento del suelo, para permitir la continuidad de las explotaciones agropecuarias”, dice Juan Carlos Villalonga, de Greenpeace Argentina. También fue así el comienzo de la energía eólica en el país. En los 90, muchas cooperativas en la Patagonia y la provincia de Buenos Aires instalaron aerogeneradores, con inversiones que tras la devaluación nunca pudieron recuperar. “En 1998 compramos un generador eólico de 750 Kw a la empresa Vesta, desembolsando u$s 1 millón. En ese momento, recuperábamos la inversión en ocho años. Pero llegó la devaluación y no la recuperamos más”, cuenta Juan Carlos Parino, titular de la cooperativa de Servicios Eléctricos y Otros de Darregueira (CELDA), en la provincia de Buenos Aires.