En los últimos dos años se ha imputado a los biocombustibles ser responsables de grandes deforestaciones, llevar el precio de los alimentos a las nubes, despojar a pequeños productores agrícolas de tierras fértiles, fomentar el trabajo esclavo, reducir significativamente la disponibilidad de agua dulce, etc. Si bien todos estos planteos son poco serios, la opinión pública mundial quedó sensibilizada por semejante acusación y participó de un intenso debate respecto de la conveniencia de sostener políticas públicas que incentiven el desarrollo de los biocombustibles.
 El principal ataque fue contra el etanol de maíz. Se llegó a acusar a este producto del descontrolado aumento del precio de la tortilla de maíz usada como alimento básico de las clases más bajas en México, cuando este producto se hace de maíz blanco y no de la variedad usada preferentemente para producir etanol, sobre tierras que no compiten con aquel cultivo.
Por otra parte, es innegable que la extraordinaria suba de los precios de los commodities agrícolas en los mercados internacionales registrada tiempo atrás, tuvo primeras causas en la escalada permanente del precio del petróleo crudo (que influye significativamente a través de sus derivados en las labores agrícolas, agroquímicos, fertilizantes, semillas para siembra, acondicionamiento y secado, industrialización y transporte), en el cambio estructural de la demanda de cereales y oleaginosas por parte de los gigantes China e India (a modo de ejemplo, el aumento del consumo de carnes del primer país fue de más de un 100 % desde 1995 a la fecha, cuando se requieren más de 8 kgs. de granos para lograr 1 kg. de carne), en una sequía prolongada que afectó la oferta de varios países exportadores -entre ellos, la Argentina-, y en la actividad de fondos de especulación, que encontraron en aquéllos, una oportunidad de negocios en el marco de una creciente debilidad del Dólar. Recién después de todas estas causas, aparecen atrás de la referida suba de precios de los commodities agrícolas, los biocombustibles, cuya demanda hasta el presente no fundamenta la producción agrícola en más de un 4 % de la superficie implantada con cultivos en todo el mundo.
Cuando la burbuja estalló, salió a la luz esta verdad y fue así como se pudo comprobar la poca influencia que habían tenido los biocombustibles en el movimiento alcista de dichos precios. En el mediano y largo plazo, para evitar que se generen presiones sobre los mercados agroalimentarios, motorizadas por la demanda de materias primas destinadas a la producción de biocombustibles, es necesario que se coordinen políticas públicas de largo plazo, con reglas de juego previsibles entre los principales países que vienen teniendo una actuación destacada en el mercado de biocombustibles, de manera de establecer distintos escenarios futuros de oferta y demanda de alimentos y de los referidos combustibles renovables, con el objetivo de asignar de la mejor manera recursos escasos, diversificando las fuentes posibles de materias primas, mejorando los balances de emisiones de gases efecto invernadero, minimizando los efectos colaterales negativos -como por ejemplo, los correspondientes al cambio de uso de los suelos de manera ineficiente-, abriendo espacio a la ciencia y tecnología (que seguramente acercará los tiempos de incorporación para los biocombustibles de segunda y tercera generación, los que evitarán la competencia entre alimentos y energía), y promoviendo el libre comercio, el respeto a la biodiversidad y a la justicia social, acciones todas que finalmente favorecerán un desarrollo sustentable, el que a su vez, impactará positivamente en la economía y en el medio ambiente de los países involucrados.
En este contexto, el concepto de sustentabilidad bajo ningún punto de vista puede ser aplicado por la UE y EE.UU. como si se tratara de una barrera para-arancelaria a las importaciones. En este contexto, la productividad alcanzada por el agro argentino, desarrollado en gran parte sobre grandes extensiones de praderas de clima templado, no puede ser soslayada.